TRENES (Por Cristina Ruiz)
TRENES 1
Mi infancia transcurrió en el Ingenio San Pablo. Si bien el lugar otorgado a las casas de los “jerárquicos” estaba en el lado de arriba, a mi viejo por ser el médico Director del Hospital le había tocado la casa pegada a la estación que estaba a una cuadra, un poco menos, del Hospital San Pablo. Era una casa de patios poblados de naranjos, mandarinos y limoneros y un árbol de lima al cual me subía a escribir con un cuadernito, rodeada por los aromas de sus azahares rosados. También había rosales, Santa Ritas, eucaliptus y un gomero gigante con lianas en los que daba rienda suelta a mis fantasías de Jane de la Selva. Las fragancias eran acompañadas por el frecuente sonido de los cochemotores y los vagones de carga que reflejaban el auge de la industria azucarera. Me acostumbré a dormir, a soñar y a estudiar con ese sonido. Viste que es un sonido que te hamaca?
En cuarto grado empecé a ir a una escuela de la ciudad. Regresaba a mi pueblo en un cochemotor en el que vendían los mejores sanguches de salame y queso que probé en mi vida. Con mi hermana nos guardábamos las monedas para comprarnos uno a la vuelta y nos mirábamos cómplices cuando nuestros viejos nos retaban porque no teníamos tanto hambre al llegar. Sabés que creo que fue el anticipo de muchas complicidades ferroviarias que ya te vas a enterar.
TRENES 2
Mis abuelos maternos se dedicaron a fabricar miel de caña y dulces derivados: alfeñiques y tabletas. Vivían en un paraje llamado Amaicha de los Llanos, cerca de Bella Vista. Tenían un trapiche que funcionaba por tracción a sangre de mulas. Una vez sacado el jugo de la caña, por una canaleta llegaba a una paila gigante que era calentaba por un fuego alimentado a bagazo y leña. El jugo hervía muchas horas hasta que se transformaba en miel.
Una tarea cotidiana encomendada a los niños de la familia, era esperar a los trenes de carga con una caña bambú larga, en cuya punta se colgaba un paquete con miel y otros productos. Nos sentábamos a la orillita de la vía, comíamos caquis y de pronto escuchábamos el pito de la máquina a vapor, nos parábamos rapidito, estirábamos la caña al maquinista y él nos tiraba la leña a los costados. La transacción tácita estaba hecha. Así aprendí el concepto de trueque.
TRENES 3
A los cinco años conocí a mi tía Eulogia. Vivía en Buenos Aires, en Lomas de Zamora. Advertí tempranamente que era la solución a mis deseos de protagonismo. Yo era la del medio entre tres hermanas. Ella no tenía hijos e inmediatamente nos adoptamos. Me le pegué como garrapata y terminé pasando todas mis vacaciones escolares hasta los 12 años, desde el primer día hasta el último con ella y mi tío Raúl, su esposo, como si fuera su hija. Con ella hice mi primer viaje en Tren a la Capital, ocho mil horas en una unidad del ferrocarril Belgrano. A partir de los siete años empecé a viajar sola en el Aconquija o en el Estrella del Norte encomendada a una azafata o a otro viajero según la situación. No tenía ningún miedo. El tren era la prolongación de mi vida infantil. Me llevaba al afecto seguro. Otro día te cuento más aventuras de esa época. Pero por el tren supe de mi autonomía y también de la insensatez de mis viejos. Creo que soy mejor madre por ello.
TRENES 4
Tenía 16 años. Me había peleado de mi primer novio importante, un flaco de 23 años del cual me había separado argumentando la imposibilidad de un romance entre un marxista-leninista y una cristiana peroncha y de una relación edípica de él para conmigo, interpretación construída en base a mis lecturas de Pichon Riviere. Mi primer laburo fue la desgrabación de las clases del propio Pichon en la escuela que él había creado en Tucumán. El flaco era amigo del Coy Suárez y así conocí a su hermano, que vivía en Buenos Aires y fue de vacaciones en Enero del 73. Como el Coy había conseguido laburo y yo andaba boludeando me pidió que acompañara a su hermano a recorrer lugares “haciendo dedo”.
El Tero, que era el hermano en cuestión, estuvo de acuerdo y nos pasamos quince días de aquí para allá en la provincia. Militaba en la JP en Fiorito, tenía una novia en San Telmo, trabajaba en una empresa de transporte de carga en Retiro. Me encantó. Pero era de otra y se fue.
El mismo día que se fue me la encontré a Lisi, una amiga mayor, le conté y le dije que me gustaría ver como el tipo era en su lugar y la Lisi me dijo porqué no te vas, fui a lo de mi viejo a pedirle guita para venir a ver a la Tía Eulogia, me creyó, me fui al ferrocarril. Había un único asiento, el nº 11 y así llegué a Buenos Aires a encontrar el amor. Viajé todas las veces que pude, en cada feriado, en tren obviamente, hasta que logré que el Tero se fuera a Tucumán a casarse conmigo. Es el padre de los cinco hijos que tuve. Como verás, siempre el tren cobijando mis deseos.
TRENES 5
9 de febrero del 75. Asado en la casa de mi viejo. Habíamos ido con los compadres, padrinos de nuestro hijo Nico y con la Rosita, una monto que ellos estaban cobijando. De pronto, ruido de helicópteros por todos lados. No era el amigable ruido del cochemotor. Era el ruido del huevo de la serpiente. Operativo Independencia. Después supimos del avión derribado en Tafí del Valle con milicos de aquí y milicos vietnamitas que venían a enseñar sus estrategias.
El 21 de febrero Nico cumplía 7 meses. Yo ya estaba embarazada de Gabi. Ese día mi hermana Graciela y su novio el negro Aníbal venían a festejar el cumplemes del sobrino. Preparé un arroz con pollo, pero como a los tucumanos siempre nos parece poco, el Tero se fue comprar un poco de asado para acompañar. En eso llega mi hermana Rosita en el Renault 4l de mi vieja.
Se baja y me dice: “se tienen que ir, allanaron la casa del papá, te buscan a vos negra, dice la vieja Eulogia (que estaba de vacaciones en la casa del papá) que se vayan a su casa”. Yo agarré una bolsa y metí documentos, pañales de tela y dos latas de leche Nido. Vino el Tero, hablamos dos minutos, cerramos la puerta de la prefabricada en la que vivíamos, nos subimos a la 4l y nos fuimos a la casa de los compadres. No sabíamos que nunca más íbamos a vivir en nuestra tierra. Y yo que le había dicho al Tero que solo quería vivir en Tucumán. Por eso él se había vuelto.
En la casa de los compadres hicimos el pertinente análisis político, el Tero y René se fueron a la casa de Carlitos Suter para organizar la estrategia. De allá volvieron con dos boletos de tren a Córdoba. Nos fuimos a la casa de Carlitos y al otro día partimos en cochemotor a Córdoba. El tren acunó el camino al exilio interno.
TRENES 6
Hubo muchos más trenes en mi vida. Hoy vivo en la que pienso es mi vivienda definitiva, al lado de la estación de Banfield. Las veces que quiero salgo al balcón y los miro. Me sigo durmiendo con su sonido y sigo soñando con ese mundo mejor, como cuando era chica, en el Ingenio San Pablo. Como siempre, en cada momento de mi vida, el tren.